Anochecía. La joyería en la cual yo me mostraba en el escaparate, empezaba a cerrar sus puertas. Yo aunque no podía ver que era, estaba segura de que no era más que una simple roca que nadie quería y que cualquiera podría manejar. Se notaba que afuera hacía frío aunque fuese verano, pero no sé si era eso lo que pasaba o que mi corazón inexistente veía el exterior como estaba en realidad mi interior. Miraba por el cristal, en busca de alguien que me pudiera querer de verdad aunque no fuera más que una simple piedra que acabó exponiéndose en un trsite cristal.
Las luces de la tienda ya se estaban apagando cuando a lo lejos, por un pequeño instante, me pareció ver a lo lejos alguien que me miraba fijamente, pero fue por tan poco tiempo que, pensé que lo habría soñado. En fin, en un campo podrían encontrar millones de piedras como yo, no soy diferente, no soy especial.
A la mañana siguiente, me despertó un hombre al entrar a la tienda. Intente escuchar lo que decía, pero no lo entendía. El idioma me resulto bastante elegante y me interesé por él. Entonces para mi asombro aquel hombre me señaló y sonrió. Yo le sonreí, pero ni siquiera sabía por que, él simplemente me estaba comprando, pero no veía ninguna chispa de emoción en su mirada. Fui una ilusa al pensar que él pudiera aber sido la persona de la otra noche. Entonces, el tenderero me cogió y me introdució en una cadena frágil de cristal, que luego el hombre se colocó en el cuello. Vi el dinero que pagaba por mi. Por un poco más se compró un cigarrillo. Saliño de mi joyería y sin mirarme, se dedicó durante bastante tiempo a toquetearme y juguetear conmigo. Al principio me divertía, pero no veía cariño en él. Sólo me quería para entretenerse y eso me dolió. Intenté separarme de él, pero en fin, soy una piedra y no podía moverme. Entramos a un bar y el hombre se dirigió hacia un grupo de hombres extranjeros. Agudicé más el oído y descifré el idioma, francés. El hombre ya se había olvidado de mi, hasta que uno de sus compañeros me señalo. Entonces el me cogió, se lo enseñó orgulloso a sus compañeros pero, para mi asombró, me guardó en una cajita. Sentía que me ahogaba, quería pedir auxilio pero nadie me oiría. Se sentía engañada, inútil e utilizada. Pero de repente, noté como mi caja se movía. Sentí que alguien había cogido la caja, y se había marchado con ella. Tenía miedo de lo que estaba pasando, pero por otra parte, me sentí aliviada, ya que no era el francés el que me hablaba, sino una voz española la que me susurraba, “No dejaré que te pase nada”.
Esperé y esperé hasta que un rato mas tarde la caja se abrió. Un príncipe de lustrosos ropajes y maravilloso, me miraba con ternura. Me abrazaba y me besaba mientras me aseguraba de que nunca me iría a abandonar, y que siempre yo estaría con él.
Como podría estar una persona de tal alto nivel, dedicada a mi, si yo era una piedra? Aunque, acaso lo era? Mi corazón ya no estaba helado, ahora latía cálido y feliz. Entonces me miré. Era una perla, no muy brillante ni hermosa, pero lo era. Aquel príncipe había sacado lo mejor de mi, ya no tenía miedo, ya no me sentía inútil, ya no quería que me mataran con un simple golpe de maza. Ahora solo me importaba estar junto aquella persona, que era ahora la que inundaba mi corazón y me hacía resplandecer al Sol. Entonces viendo la frágil cadena de cristal que me unia a su corazón, mandó a sus vasallos ir a por una de plata para que nunca me perdiera. Yo solo pude sonreir y acurrucarme contra su pecho, lugar donde me encontraba feliz, querida, amada; lugar al que yo pertenecería para siempre porque por fin encontré a la persona a la que había estado esperando toda mi vida, ajena a que el era la persona disfrazada de vagabundo que me miró aquella noche. Simplemente, él era perfecto y nunca podré amar a alguien tanto como a él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario